¿Quién es Alonso Quijano?[i]
Esteban Reyes Celedón
UFRJ – Universidade Federal do Rio de Janeiro
Esta pregunta, como cualquier otra quijotada, está destinada al fracaso seguro. Eso es fácil de explicar: Cervantes es un hombre barroco y no helénico. Mientras que los griegos se preocuparon con el ser, el hombre barroco estaba más preocupado con el parecer. Cervantes no está interesado en decirnos quien es ese tal de Alonso Quijano: tan solo lo muestra; lo presenta; lo califica (Bueno); lo tuerce. Siquiera sabemos a lo cierto si es un personaje nuevo u otro nombre para un mismo personaje. Nos cabe a nosotros, Desocupados Lectores, conjeturar sobre ese equivoco protagonista.
Constatamos que es frecuente encontrar quien llame al hidalgo del primer capítulo del Quijote de 1605[ii] (Quijada, Quesada, Quijana) por el nombre de Alonso Quijano. El problema surge cuando verificamos que en dicho capítulo o en cualquier otro de toda la primera parte del Quijote no aparece ningún personaje con ese nombre. Hay varios Alonso, pero ninguno es Quijano: Pedro Alonso, vecino del hidalgo (I, 5); Alonso de Ercilla, autor de la Araucana (I, 6); el bachiller Alonso López, natural de Alcobendas (I, 19); e, incluso en la Segunda Parte, el caballero del hábito de Santiago don Alonso de Marañón, padre de doña Mencía de Quiñones (II, 31). Otro hecho curioso es que llaman a ese mismo Alonso Quijano de hidalgo. Sabemos que sólo en el último capítulo del Quijote de 1615 aparece ese tan enigmático personaje, pero el texto no nos dice que se trata de un hidalgo; sólo sabemos que es bueno y cuerdo (hay quien lo califique de sabio).
Llama la atención que varios personajes del Quijote no tengan o no se les conozca el nombre propio, entretanto, el héroe tiene diversos. No sabemos el nombre de la Ama, ni del mozo de campo y plaza, ni del Cura, ni del Barbero, ni de la Duquesa. En El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, así como en su Segunda Parte “verdadera”, son muchos los nombres velados, incluso el del famoso hidalgo de la Mancha. Las primeras líneas de la Novela nos presentan al protagonista, no por su nombre, sí por su clase, armas, animales, costumbres gastronómicas, las otras personas que con él habitan su casa (también sin nombres), sus características físicas y costumbres. Sólo después de toda esa descripción es que se revelan, no el nombre, sí dos posibles nombres (Quijada y Quesada); y, en seguida, otro más verosímil (Quijana). “Pero esto importa poco a nuestro cuento” (I, 1).
Entonces, saltemos del primero para el último capítulo del Quijote. El Caballero revela:
“-Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas del andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.” (II, 74).
Después, el cura nos confirma: “Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento” (II, 74). Y prosigue el Narrador:
“Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos y mil profundos suspiros del pecho; porque, verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.” (II, 74).
Más adelante leemos:
“-Señores -dijo don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.” (II, 74).
Y, por último:
“Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas.” (II, 74).
Esos son los cinco momentos en que es posible encontrar el nombre Alonso Quijano en la obra, todos en el último capítulo de la Segunda Parte. El protagonista es claro, tan claro que parece más helénico que barroco, él define su “ser” por el nombre; dice: soy Alonso Quijano. Es curioso como una definición tan clara también puede dejar dudas, ya que él no dice: “vuelvo a ser”. Si afirmo que “ahora soy A”, dejo la impresión de que antes era otra cosa diferente de “A”; y que nunca había sido “A”. A lo que Diego Vila me advierte: “el que no diga "vuelvo a ser" no impide la tesitura de que antes ese era su nombre propio. El nombre olvidado y perdido. La gesta recibe en el final del fracaso el nombre del protagonista.”
Pero el señor Quijote o Quijano puede dejar de ser loco mas no deja de ser barroco: él no es solamente Alonso Quijano, también es Bueno. Ese Bueno, por más que esté escrito con mayúscula, no es su nombre, es una de sus características (quizás la más significativa, por eso la dice). Sin embargo, el narrador nunca llama a don Quijote de bueno. Sí lo hace con relación al Escudero, por tres veces: “Sancho el bueno” (I, 18) y (II, 30); “el bueno de Sancho Panza (I, 36). E, incluso lo hace con el caballo del héroe: “el bueno de Rocinante (I, 52). ¿Por qué no llama al Caballero de bueno? ¿Qué significa ese “bueno” que vale para Alonso Quijano mas no para don Quijote?
Al consultar el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias[iii] verificamos que “esencialmente sólo Dios es bueno..., porque lo tiene todo, y no le falta nada, y todo aquello que en su género está perfecto, decimos ser o estar bueno: como buen Cavallero”. Con esto, podemos inferir que el narrador del Quijote no llama a su protaganista de “bueno” porque sabe muy bien que el héroe no es un caballero perfecto, tal vez un devenir-caballero (que no es lo mismo que caballero). Hoy, “Bueno”, como adverbio, se usa para indicar que algo es suficiente y debe terminar, como en: bueno, ya está bien. De esta manera, podríamos interpretar que el nombre Alonso Quijano es el último y definitivo, que no habrá más cambio de nombre (o de máscara), que la historia llegó a su fin, que debe terminar, que se muere. Y se muere: vulnerant omnes, ultima necat. Expresión latina que significa: Todas hieren, la última mata. Se usaba en mostradores de relojes. Cada hora hiere nuestra vida hasta que la postrera la robe en definitiva. Sin embargo, si somos más rigurosos, constatamos que en la novela se habla de “el bueno”, y no solamente “bueno”, con lo cual éste deja de ser adverbio y pasa a ser adjetivo.
Sabemos que todo adjetivo es un añadido con la intención de calificar o determinar un sustantivo, expresando calidades o propiedades de éste. Para entender cuales son las calidades o propiedades que este adjetivo expresa, debemos dejar un poco al Quijote de Cervantes y tomar al otro, aquel que lo llaman de “apócrifo”, aquella “falsificación” que no sólo es anterior al original como también participa del original cervantino, me refiero al Segundo Tomo del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, de 1614[iv], o sea, antes de la edición de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha de Cervantes, de 1615. Situación típica del barroco, como la espiral que siempre se tuerce y se aleja, deviene otra incorporando a la anterior.
En el referido “apócrifo”, el narrador llama, por cinco veces, a Sancho Panza de “el bueno”: “El bueno de Sancho enalbardó su jumento y, subiendo en él” (capítulo VII, fol. 50r.); “El bueno de Sancho, que se había hallado presente a todo lo pasado con su asno del cabestro, como vio llevar a su amo de aquella manera, comenzó a llorar amargamente, prosiguiendo el camino por donde le llevaban, sin decir que era su criado” (capítulo VIII, fol. 56v.); “Pero el bueno de Sancho Panza, que estaba seguro, a su parecer, de caso tan repentino, comenzó a dar voces, diciendo” (capítulo XI, fol.76r.); “-Bien sea venido el espejo de la caballería andantesca con el bueno y fiel escudero suyo Sancho Panza” (capítulo XIIII, fol. 98v.); “Estando en estas pláticas, llegó el alguacil con el bueno de Sancho, el cual, como viese a don Quijote en medio de tanta gente, se llegó a él, diciendo” (capítulo XXIIII, fol. 182r.).
En otras dos ocasiones, el narrador del polémico Quijote se refiere al Escudero como “el buen Sancho”, forma apócope que también usa para referirse al protagonista: “el buen hidalgo”, ocho veces; “el buen don Quijote”, dos veces; “el buen hidalgo don Quijote”, también dos veces; y por último, “el buen caballero”, otras dos veces. Pero, nunca califica a su “hidalgo caballero don Quijote de la Mancha (tan conocido en el mundo por sus inauditas proezas)”[v] de “el bueno”.
Volvamos al Quijote de Cervantes, no al último capítulo, sí al antepenúltimo, aquel que relata: De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea. Sabemos que estaban, Caballero y Escudero, en un mesón esperando la noche, cuando llegó “un caminante a caballo, con tres o cuatro criados” (II, 72). Nuestro héroe, al saber su nombre, comentó: “-Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno”[vi]. Para quien no lo sabe, Álvaro Tarfe es uno de los personajes del Quijote de Avellaneda, pero no de la Primera Parte de Cervantes; no es un personaje secundario, él está presente del primero al último capítulo de la obra “apócrifa”. En las primeras páginas de esta novela leemos:
“Entre tanto que la cena se aparejaba, comenzaron a pasearse el caballero y don Quijote por el patio, que estaba fresco; y, entre otras razones, le preguntó don Quijote la causa que le había movido a venir de tantas leguas a aquellas justas y cómo se llamaba. A lo cual respondió el caballero que se llamaba don Álvaro Tarfe, y que decendía del antiguo linaje de los moros Tarfes de Granada...” (capítulo I, fol. 6r.).
Volviendo. El capítulo 72 de Cervantes es uno de los más interesantes con relación a la llamada intertextualidad. Si Avellaneda se aprovecha de la historia y de los protagonistas cervantinos para escribir su Quijote “apócrifo” como continuación del Primero (práctica común en la literatura caballeresca), Cervantes tiene el cuidado de escoger un personaje de su rival para usarlo a su favor, para afirmar la autenticidad de su obra y sus protagonistas. Por ejemplo, cuando Sancho Panza le aclara a don Álvaro:
“el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo; todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño.” (II, 72).
Don Álvaro le responde a Sancho: “Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo” (II, 72). A lo cual se sigue: “-Yo -dijo don Quijote- no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo; para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza” (II, 72). –El personaje de Avellaneda viaja hasta Zaragoza[vii], el de Cervantes no-.
Como lo dijimos antes, el narrador de la obra “apócrifa” nunca califica a su don Quijote de “el bueno”, el narrador de la novela “original” tampoco. “El verdadero don Quijote de la Mancha” no sabe (o no quiere saber) que es “bueno”, pero sabe muy bien que él no es “el malo”. ¿Por qué el Caballero da esta explicación? Por un lado, puede ser que, como en la historia de Avellaneda se califica al protagonista por: “el buen hidalgo”, “el buen don Quijote”, “el buen hidalgo don Quijote”, y “el buen caballero”, no quiere que lo confundan con ese otro “falso”, que él ,don Quijote “verdadero”, llama de “el malo”. Por otro lado, él, que ya está recuperando la cordura e reconociendo su necedad, sabe que como loco que ha sido no puede ser “el bueno”. Este múltiple personaje ha sido, durante ese interminable verano, “don Quijote de la Mancha”, y en dos capítulos más, será (o volverá a ser como quieren algunos) “Alonso Quijano el Bueno”. El texto lo confirma, y lo volvemos a repetir:
“porque, verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.” (II, 74).
Concluimos, por un lado, que “El malo” significa falso. Avellaneda (incluyendo su obra y protagonistas) es el malo, el falso, “es burlería y cosa de sueño”. Por otro lado, “El bueno” significa verdadero; pero también significa perfecto, aplicado a un hombre, sería el hombre perfecto, o sea, un animal razional; por último, bueno también es quel que que termina, el último y definitivo, el que muere. Por ello, don Quijote de la Mancha no es “el malo”, pero tampoco es “el bueno”. Mientras sea don Quijote de la Mancha, a secas, será auténtico, sin embargo, sólo su próxima, definitiva y última mascara, será “el bueno”.
La verdad es que, como lo advertimos al principio de esta ponencia, continuamos sin saber a lo cierto quien es Alonso Quijano. “Pero esto importa poco a nuestro cuento” (I, 1); lo que es relevante es que sepamos que él es “el bueno”. Vale.
Rua dos Douradores, 08 de maio de 2007.
[i] VIII Congreso Argentino de Hispanistas, Sala C 12, Literatura Española del Siglo de Oro, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 24 de mayo de 2007.
[ii] Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001 (Edición de Florencio Sevilla Arroyo). Disponible en: < http://www.cervantesvirtual.com/>. Para facilitar, indicamos entre paréntesis la parte de la novela (I: 1605, II: 1615) y el capítulo.
[iii] Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española. (Edición de M. de Riquer). Barcelona, S.A. Horta, 1943. Disponível em: <www.cervantesvirtual.com>
[iv] Alonso Fernández de Avellaneda, Segundo Tomo del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001 (Ed. original: 1ª ed., Tarragona, Felipe Roberto, 1614. Edición de Florencio Sevilla Arroyo). Disponible en: < http://www.cervantesvirtual.com/>. Para facilitar, indicamos entre paréntesis el capítulo y la numeración original (por folio).
[v] Avellaneda, Quijote. Prólogo, fol. IIv.
[vi] Avellaneda, en vez de continuar con el sabio historiador Cide Hamete Benengeli, supuesto autor del Quijote cervantino, inventa otro, al cual lo califica de moderno: “El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él decendía, entre ciertos anales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza” (capítulo I, fol. 1r.).
[vii] “Tan buena maña se dieron a caminar el buen don Quijote y Sancho, que a otro día, a las once, se hallaron una milla de Zaragoza...” (capítulo VIII, fol. 51r).