Ensayo de un ensayo
Esteban Reyes Celedón
11 de septiembre de 2002.
Eso de dar una vuelta alrededor del Sol cansa; cansa tanto que siento la necesidad de parar; parar, pero no para descansar: parar para meditar, parar para reflexionar, parar para escribir. Y ¿qué puedo escribir? ¿qué puedo escribirles desocupados lectores? Después de pasar un año pensando en los hechos, bien podría escribir(les) una crónica. Pelo la verdad es que, a pesar de la relevancia del ‘hecho’, los pensamientos fueron muchos e intensos; tal vez sea más apropiado escribir(les) sobre los/mis pensamientos, escribir(les) un ensayo.
Mientras la Tierra daba su ya tradicional vuelta alrededor del Sol, yo (re)leía los ensayos de Unamuno sobre la Vida de don Quijote y Sancho. Pongo el ‘re’ entre paréntesis con la intención de pasarles mi duda (la duda desde Montaigne – el Ensayista – es fundadora de este género literario): relectura, porque no es la primera vez que leo esos ensayos; lectura, porque, en muchos momentos, parece que los estoy leyendo por vez primera. Cervantes escribió su novela ha casi cuatro siglos; Unamuno escribió sus ensayos ‘coincidiendo por acaso, que no de propósito, con la celebración del tercer centenario’.
Una de las virtudes de Don Miguel (me refiero al segundo, o sea, al de un siglo atrás) fue la de darle actualidad a la novela de Cervantes. Por ello, cada vez que los leo (los ensayos), parecen ser nuevos, actuales, coetáneo del presente. De cierta forma, contaminado por el ‘hecho’ (que a pesar de haber ocurrido a un año lo considero presente), me detengo en el Capítulo VIII, del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos de feliz recordación (para Cervantes los sucesos son dignos de felice recordación).
Hay una tendencia a leer la obra de Cervantes como manifestación nacionalista de la cultura hispánica, lo que es incoherente y simplificado en demasía para una obra que es considerada, por muchos, la mejor expresión de la literatura universal; y, tomando en cuenta que la obra de un genio siempre va a poder ser interpretada de una manera diferente e inédita, que lo confirmen los estudiosos de Platón, les propongo una reflexión nada tradicional.
Cervantes nos relata tres imágenes de Quesada: Quesada-hombre (de carne y hueso), Caballero andante (alma de Quesada), Quesada-reformado (simples mortal). La transformación de Quesada en caballero andante no sería fruto de la locura por haber leído tantos libros de caballería. La locura cumple un papel metafórico. Cervantes leyó a los griegos y también a Apuleyo; comprendió que podría centrifugar, aún más, la idea de metamorfosis y escribió su obra. Leer los clásicos hasta quemarse los sesos no es locura, es comprensión. Los libros de caballería representan los clásicos, la locura representa la transformación.
Quesada se transforma en caballero andante, conservando su humanidad, y por qué no su razón. La Literatura es lenguaje; la lengua es ambigua; estamos participando de un juego donde se dice mucho más que el significado de las palabras. Las palabras son metafóricas, los personajes son metamórficos. Quesada designa el sentido directo; caballero andante es el sentido figurado, es una metáfora. El personaje Quesada es de carne y hueso; Don Quijote es alma, pero no el alma española, es el alma misma (o como diría Platón: la Idea de alma), es el fruto de una metamorfosis.
Las experiencias vividas por el caballero andante no son las de un caballero. Como ya fue observado por otros, la ceremonia de transformación en caballero no es legítima, porque no fue hecha por otro caballero, como manda la tradición. Por todas las andanzas del supuesto caballero, lo que se revela es, según nuestra tesis, el alma de Quesada, el alma del hombre, el lado espiritual de la raza humana (que incluye tanto a los españoles como al resto de los hombres).
De esta manera podríamos entender mejor a Unamuno cuando interpreta el capítulo VIII. Los molinos no son molinos, representan la amenaza de los gigantes. Paradójicamente, podríamos decir que, los molinos son un ‘hecho’. "Tenia razón el caballero: el miedo y sólo el miedo le hacía a Sancho y nos hace a los demás simples mortales ver molinos de viento en los desaforados gigantes que siembran mal por la tierra". Hoy los molinos se han convertido en torres, Torres Gemelas, y el caballero continúa usando armas rudimentarias, como un simples tenedor; y el miedo, sólo el miedo nos hace ver Torres en los fueros ‘autootorgados’ por los gigantes.
En la época de Unamuno, los gigantes no "aparecen ya como molinos, sino como locomotoras, dínamos, turbinas, buques de vapor, automóviles, telégrafos con hilos o sin ellos, ametralladoras y herramientas de ovariotomía, pero conspiran para el mismo daño". Hoy los gigantes aparecen como aviones, computadoras, celulares, tanques y cohetes, pero continúan siendo gigantes, continúan conspirando para el mismo daño. Triste realidad esa de los gigantes, que en vez de buscar ‘el Bien’ (como lo suponía Platón y aún lo suponen las religiones), provocan el daño y la destrucción; prefieren la guerra al amor, la trinchera al lecho. Son ellos los locos que ven terroristas donde hay niños y ancianos, ven polvorín donde hay escuelas y hospitales.
En el interior de mi torre, donde no hay prisa porque no hay tiempo, medito bajo los efectos de la (re)lectura de ese Capítulo VIII. Para Don Quijote los molinos son los que hacen "la harina de pan espiritual", los otros son gigantes. "Lo peor fue que en esta acometida se le rompió la lanza a Don Quijote. Es lo que pueden esos gigantes: rompernos las armas, pero no el corazón". Pueden hasta fusilar al Poeta, pero no eliminarán el Cancionero. Con el falso discurso de progreso o desarrollo, crecen cada vez más, son más grandes que Gulliver; y siembran el miedo; y rompen nuestras armas. Y, ¿qué nos queda? ¿dónde está el ‘corazón’ al que se refiere Don Miguel? En este juego de decir y esconder, donde parece no haber ‘desvelar’, queda la duda. Por algún momento pienso que entiendo el libro, me doy cuenta que no entiendo la vida. "Es una difícil tarea, y mucho más ardua de lo que parece, acompañar el caminar del espíritu, penetrar en las entrañas oscuras y los rincones ocultos", como lo afirmó el Ensayista.
Me gustaría haber escrito una Apología de don Quijote, así como otro ensayista lo hizo sobre otro español; pero Don Quijote no escribió ninguna Teología Natural. El valiente Caballero no pretendía la verdad divina, como tampoco la puede pretender un ensayo. Pero, aunque paradójico, se confirman las ideas de Raymond Sebond (o las del Ensayista): "hay más diferencia entre dos hombre que entre un animal y un hombre", o que entre un animal feroz y un gigante, hubiera dicho Unamuno.