Jorge Edwards - La sombra de Huelquiñur

 

 Biografía:

Jorge Edwards (Santiago, 31/07/1931) nace en una familia burguesa tradicional de Chile; hereda de su abuelo materno, Luis Germán Valdés, un Diccionario enciclopédico hispanoamericano, fuente de sus primeros conocimientos; de su madre hereda el gusto por la literatura y el teatro; y, de su padre hereda el amor por la música. Su enseñanza preescolar la hizo en el colegio Maissonete (que adoptaba la pedagogía de Montessori); y, la enseñanza básica en el antiguo y tradicional colegio San Ignacio (jesuita).

A los once años escribió su primera composición titulada “La navegación”, trataba sobre el descubrimiento de nuevos mundos; a los trece, se enfermó de pleuresía, pasó un año sin ir al colegio, aprovechando ese tiempo para leer y escuchar música clásica.

Durante su adolescencia vivió la literatura como una práctica secreta e imposible de realizar. Tenía los ejemplos en la propia familia: Joaquín Edwards Bello y su tío Pepe Valdés, que no ganaron dinero con la literatura, a pesar de Joaquín haber obtenido los premios nacionales de Literatura y Periodismo no era bien visto por la familia. Como contrapunto “una vieja tía abuela, lectora infatigable, conspiradora familiar, me llevaba a un lado y me mostraba las portadas de las novelas de otro sobrino suyo, Joaquín”[i]. Las cosas empezaron a cambiar con la lectura de la obra de don Miguel de Unamuno; luego, su amigo Raimundo Larraín le habla de Pablo Neruda.

Entra a la universidad para estudiar leyes (Universidad de Chile), deseo de su padre[ii]; allí hizo amistad con conocedores de la literatura moderna (Luis Oyarzún, Teófilo Cid, Eduardo Anguita y Jorge Millas). Por las noches se reunía con los amigos (Enrique Lihn y otros) para leer autores universales (Joyce, Proust, Faulkner, Thomas Mann, Kafka, Camus, Sartre, Huidobro, Mistral y Neruda). Es en ese tiempo que sus primeras creaciones son dadas a conocer en un programa de radio “Cruz del Sur, revista hablada”, y también en revistas estudiantiles.

A los veintiún años publica,  en Santiago, su primer libro, cuentos que había escrito entre los diecisiete y los veinte años, basados en sus experiencias personales, en su familia, en historias del colegio y de amigos. Era sólo el comienzo, después vinieron otros cuentos, novelas, ensayos, memorias y crónicas. Sus obras circulan en numerosas ediciones y se han traducido a los principales idiomas europeos.

Jorge Edwards, además de escritor, es diplomático de carrera, lo que le ha posibilitado la experiencia de vivir en diversos países. En 1971 es enviado como diplomático del gobierno de Salvador Allende a Cuba; después de sólo tres meses en la isla es expulsado por ser considerado persona non grata. Esta experiencia es relatada en su obra “Persona non grata”; fue el primer texto crítico de un intelectual latinoamericano sobre el régimen de Castro; para algunos el libro era parte de una conspiración contrarrevolucionaria, lo que provocó ardientes discusiones. De la Habana va a París, de donde fue solicitado por el Embajador de Chile, su amigo Pablo Neruda; trabajan juntos por tres años. En 1990 confirma su talento como memorialista al escribir “Adiós, poeta...”, donde recuerda su relación, como amigo, escritor y diplomático, con el poeta de los crepúsculos, ganador del Premio Nóbel.

Por no concordar con el golpe militar en Chile, abandona el cuadro diplomático y se exilia en Barcelona (1973-1978). Vuelve a su país donde contribuye a formar, con la Sociedad de Escritores de Chile, la comisión de Defensa de la Libertad de Expresión y en 1982 ingresa como miembro de la Academia Chilena de la Lengua. También es correspondiente de la Real Academia Española. Con el fin de la dictadura, es nombrado embajador de Chile ante la UNESCO (1994-1997); preside el Comité de Convenciones y Recomendaciones que se ocupa de los Derechos Humanos en materia de competencia de la UNESCO (1995-1997).

 

Los premios recibidos son:

Premio Municipal de Literatura de la ciudad de Santiago; Premio Atenea de la Universidad de Concepción (Chile); Medalla Caballero de las Letras y Las Artes (Francia); Premio Mundo de Ensayo y premio “Comillas” (España); en 1994, le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura, máxima distinción de las letras chilenas; en 1999, vino su mayor distinción internacional con el Premio Cervantes; el Ministerio de la Educación de Chile lo invistió con la Orden al Mérito Gabriela Mistral (2000).

 

Obras:

El patio (relatos, 1952);

Gente de la ciudad (relatos, 1961);

El peso de la noche (novela, 1964);

Las máscaras (relatos, 1964);

Temas y variaciones (relatos, 1969);

Persona non grata (memoria, 1973);

Desde la cola del dragón (ensayos, 1977);

Los convidados de piedra (novela, 1978);

El museo de cera (novela, 1981);

La mujer imaginaria (novela, 1985);

El anfitrión (novela, 1987);

Adiós poetas... (ensayos, 1990);

Fantasmas de carne y hueso (cuentos, 1992);

El whisky de los poetas (crónicas, 1994);

El origen del mundo (1996);

El sueño de la historia (2000);

Machado de Assis (2002).

 

Fantasmas de carne y hueso:

Jorge Edwards empezó su carrera literaria exactamente con un libro de cuentos -El Patio-, género que continuó cultivando durante las décadas del cincuenta y sesenta; después de dos décadas de olvido al relato corto aparece nuevamente en 1992 con Fantasmas de carne y hueso, ahora con la potencia y la desenvoltura de la madurez.

Los cuentos trabajan con la memoria y el tiempo, cicatrices en el alma de un exiliado; hablan de unas vacaciones, a más de cincuenta años atrás, en Chillán; presentan a Santiago en un tiempo pasado y presente, y también fuera del tiempo, cualquier cosa de fantástico; nos llevan a una costa onírica; relatan a España postmoderna; y, reescriben el Montparnasse de los años sesenta, más que semejanzas con su crónica Sardinas y manzanas;[iii] hablan de una memoria que se convierte en fantasma, un fantasma bigotudo, que ya fue de carne y hueso (o, quizás, aún lo es, ¡quizás!).

En vez de Memoria, como la facultad del recordar sensible, la retención de las impresiones y de las percepciones (conservación del pasado), tal vez debamos decir recuerdo (alguna cosa como la reminiscencia platónica), como acto espiritual, reconocimiento del pasado; no se trata de una “memoria repetición”, es una “memoria representativa” (memoria pura, la esencia de la conciencia, como diría Bergson); el “re-cordar” en el sentido primitivo como reproducción de estados anteriores o, mejor dicho, como vivencia actual que lleva en su seno todo o parte del pasado.

 

La sombra de Huelquiñur:

El tema de este cuento bien podría ser la propia creación literaria; el proceso de memoria, imaginación, escritura y lectura de una obra. “Este relato es la historia de una novela imaginaria y de su lectura, destrucción y memoria también imaginarias” – nos confiesa el autor antes de iniciar el cuento. Me pregunto si “imaginaria” (que sólo existe en la imaginación) es un (o el único) adjetivo apropiado: para esa tal “novela” sí, es posible; pero para la “historia”, poco probable, sabemos que, en varias ocasiones, el autor se utilizó de historias reales para la creación de sus cuentos; y, para “este relato”, imposible, nunca un relato escrito va a poder serlo. Pero lo que nos sorprende más es la “memoria imaginaria”. La memoria, en la obra de Jorge Edwards, cumple um papel relevante, conjuntamente con el tiempo[iv]. De los ocho cuentos de su libro (Fantasmas de carne y hueso), es en el primero (La sombra de Huelquiñur), donde encontramos, de una forma mucho más potente, ese tejido entre la memoria y el tiempo; una textura que nos sorprende, por tratarse de remiendos; remiendos estos que hasta pueden ser nuestros.

Recordamos aquí las propias palabras del autor: “La imaginación de un escritor no consiste, aparentemente, en inventar a partir de la nada”[v]. O sea, la imaginación viene junto con la vivencia, la memoria (o mejor, el recuerdo). Edwards llama a esta imaginación literaria de “imaginación creadora”, y explica[vi]:

“La imaginación creadora es sobre todo una capacidad de ver y conocer. Lo que los grandes escritores inventan es precisamente una visión y una imagen de las cosas. Una visión que nos transmiten de una vez para siempre; por eso es que hoy día no podemos mirar Praga sin los ojos de Kafka, o la calle y la galería de Vivienne sin los de Lautréamont, con el añadido ahora de la versión de Cortázar”.

Pero no se trata de una fotografía, no es una repetición, no es la memoria de cosas, las cicatrices del cuerpo; más bien, debemos decir que es una “colcha de remiendos”, memoria de vivencia, cicatrices en el alma, donde ni todo es pasado.

Este cuento es un verdadero tejido, donde tradiciones y rupturas de un Chile, que ya no es más pero que de cierta forma continua siendo, se entrecruzan (más parecido a un rizoma, como el tallo del lirio) con el lenguaje literario.

El tiempo de Edwards no es el tiempo linear, no hubo un pasado, luego un presente y posteriormente un futuro; pasado, presente y futuro, si es que los hay, son todos simultáneos; simultáneos en la creación, en la textura de los remiendos

“Su abuela” también puede ser la abuela de su abuelo, puede ser, al mismo tiempo, Catalina[vii] y, como si no bastase, un “general bigotudo”, o cualquier otro dictador por venir[viii]. El terremoto de 1939 puede ser un bombardeo de treinta y cuatro años después, o los efectos sociales de una nueva política económica; el propio autor afirma que la vida de un escritor es “una especie de terremoto, de cataclismo[ix]. Quién es el tío Ildefonso, si no “un tipo universal, muy difundido en nuestra tierra, y todavía más peligroso”[x].

Muchos acontecimientos son inciertos; la palabra “quizás” aparece ocho veces en el cuento; la chica se llama Bijou o Viyú; el propio nombre del personaje principal[xi], así como su identidad cambian en el transcurso del relato[xii]. Todo esto ocurre por no tratarse de una fotografía, no son los hechos, es la memoria viva, memoria creadora; y todo aquello que creamos, así como la propia vida, es incierto. Al ser incierto, puede ser una cosa o otra, o muchas. Estamos delante de “la belleza de la multiplicidad de los remiendos”[xiii]

La novela puede ser imaginaria, pero su vivencia no; ésta es real y “la realidad suele superar a la fantasía”[xiv], nos dice el propio Edwards, así como el filósofo del cuento: “La historia siempre supera a la ficción, y en el caso de Chile, saben ustedes, lo que sobrepasa siempre a las ficciones más descabelladas es la naturaleza. Si no lo creen, miren a su alrededor, piensen un poco, recuerden.”[xv] Parece que realidad, naturaleza e historia pueden ser zurcidas y formar un todo harmónico. Podemos hasta afirmar que Edwards no ve la realidad, la naturaleza y la historia como fuentes de inspiración para su narración; no se trata de un telón de fondo; es el tema (motivo) principal, y no por capricho; lo que le interesa relatar es su vivencia (o experiencia): “La escritura, antes que nada, es una forma de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo mismo, y que uno tiene el derecho y quizás hasta la obligación de transmitir la experiencia a los demás.”[xvi].

Volvamos al cuento. Un otro aspecto que cabe ser resaltado es la referencia y homenaje al escritor William Faulkner.[xvii] El personaje principal de “La sombra de Huelquiñur” conoce algunas obras de Faulkner (Mientras yo agonizo y Luz de Agosto), e incluso escribe con un “lenguaje descaradamente faulkneriano”[xviii]. El escritor norteamericano es sureño, las vacaciones son en Chillán (sur de Chile); para uno es el río Mississippi, para el otro el río Cato; de un lado Quentin[xix], del otro Juan José (o que no era Juan José) “pensaba con vaguedad en la idea de tirarse a la parte más honda y correntosa del río, la parte donde los pescados saltaban a cada rato desde la profundidad misteriosa, limosa, conectada, probablemente, con los abismos infernales”[xx]. Aprovecho esta mención para resaltar la sutileza del autor al poner en el río los “pescados” saltando; un buen ejemplo, donde lo que cuenta más es el sentido y no el significado.

Y por qué del título. ¡Huelquiñur! Sólo aparece nombrado casi al final del cuento[xxi]. Tal vez sea ese “alguien”, esa sombra, del inicio[xxii]. Quizás Huelquiñur sea uno de esos fantasmas de carne y hueso. Quizás Bijou, o Viyú, sea otro de esos fantasmas de carne y hueso. Quizás los fantasmas aquí sean sombras. Tal vez las sombras no sean; tan sólo están ahí, expresan una vivencia, una experiencia. Son las cicatrices del alma. Huelquiñur, un mapuche que nos tira hacia atrás, en dirección a nuestro pasado; pasado este que necesita ser zurcido con el presente. Este tejido nos ayuda a entender las tradiciones y las rupturas ‘‘de un Chile, que ya no es más pero que de cierta forma continua siendo’’.

 

 

Esteban Reyes Celedón.

Cuento Español e Hispanoamericano, Org. Mariluci Guberman e Maria Aparecida da Silva,

Rio de Janeiro: Faculdade de letras da UFRJ, 2003. pp. 20-43.

 

 


 

[i] Jorge Edwards, La aventura del idioma. (discurso al recibir el Premio Cervantes 1999) abril/2000. Más adelante, “Y la literatura, tan remota en un principio, tan ajena, fue la tarea a la que nadie, precisamente, me había destinado, y que asumí a pesar de todo y contra casi todos.”

[ii] Posteriormente realiza sus estudios de postgrado sobre Política Internacional en la Universidad de Princeton.

[iii] Jorge Edwards. El Whisky de los poetas. Santiago: Editorial Universitaria, 1994, p. 38-41.

[iv] “Yo soy un novelista de la historia, de la memoria, del pasado, del tiempo”, entrevista a Ana Anabitarte, Babab n.9, julio 2001 (www.babab.com).

[v] Edwards, Galerías cubiertas, in  El whisky de los poetas. p.13.

[vi] Idem Ibidem, p.14.

[vii] “Leía [su abuelo], hundido entre los almohadones, con el libro levantado para recibir un poco de luz, una biografía de Catalina la Grande, Emperatriz de Todas las Rusias, y no dejó de leer y de fumar mientras su abuela hablaba con Juan José, como si no quisiera verse envuelto en esa conversación por ningún motivo.” p.18

[viii] cf. introducción a este cuento (p.9) y p.24, las acusaciones y tristes previsiones que hace contra su nieto: “era una amenaza, y podía causar, ... , ruina y desolación entre los suyos”. No parecen las palabras de un dictador justificando sus actos antidemocráticos.

[ix] Introducción a Jorge Edwards, Videoteca de la Biblioteca Nacional de Chile.

[x] p.28. Y antes, ya había expuestos sus “deseos de vengarse del tío Ildefonso y de todo lo que representaba.”, p.26

[xi] “¿O no era Juan José? En la novela tenía otro nombre, un nombre que a él se le había olvidado.”, p.12. “y respondió él, que se llamaba José Agustín, o Francisco, ahora tenía una duda”, p.13.

[xii] “El, Juan José, esto es, para que aclaremos un poco, o para que nos confundamos, yo, pidió con gran insistencia, quiero decir, pedí”, p.27, cuando ya se habían pasado tres cuartas partes del cuento.

[xiii] De la película “How to make an american quit”, EU, 1995, dir. Jocelyn Moorhouse .

[xiv] “Galerías cubiertas”, p.13.

[xv] p. 31. Atención a la llamada del autor ‘‘recuerden’’.

[xvi] Edwards,  La aventura del idioma. Recordamos aquí todo el trabajo y esfuerzo de Edwards en la defensa por la libertad de expresión.

[xvii] William Faulkner (1897-1962), escritor norteamericano de origen sureño. Empezó a escribir desde la adolescencia redactando e ilustrando libros. En la madurez se convirtió en uno de los mayores nombre de la literatura contemporánea de lengua inglesa. Sus novelas son de carácter social, influenciadas por la crisis de 1929. En 1949 recibe el galardón (Premio Nóbel de Literatura).

[xviii] p.10.

[xix] “hasta que no pude soportar no el reprimirse sino la prohibición y entonces se lanza, se arroja, renunciando, ahogándose”, Faulkner. El ruido y la furia, (1929). http://www.ctv.es/USERS/borobar/ruidoy.htm.

[xx] p.21.

[xxi] “Estoy seguro de que Huelquiñur no aparecía con su nombre en el primer manuscrito. Me habría acordado de haber puesto ese nombre extraño, y no me acordaba para nada. En cambio, en esa novela habían personajes innominados, sombras que se deslizaban por los galpones del fondo, cuerpos que se escurrían, campesinos que tenían las ojotas hundidas en el barro y que se sacaban el sombrero de fieltro para saludar a mi abuelo, y uno de esos seres sin nombre en el texto, pero cuyo nombre había escuchado muchas veces en aquellos veranos remotos, era Huelquiñur, no cabe duda.” p.31.

[xxii] “Había alguien más en el fondo de la habitación, el perfil de un pariente, o un inquilino que recibía un encargo.” p.11.

 

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