Ciclos de vida en el Quijote[i]

Esteban Reyes Celedón (UFRJ)

Hace un mes atrás, en esta misma Universidad, participé del congreso de ABRALIC; en esa ocasión, presenté un trabajo sobre el infinito en El Aleph de Borges, en el cual resaltaba, entre otras cosas, algunas relaciones entre esa obra y el clásico de Cervantes. A la semana siguiente, no recuerdo exactamente el día, recibí un e-mail “urgente”; la verdad es que de urgente no tenía nada, incluso el propio asunto era irrelevante. Pensando sobre el mal uso de ese “perentorio adverbio”, me acordé de “un tal Ireneo Funes”. Surge, en ese momento, la pregunta: ¿Habría alguna relación entre Funes el memorioso y El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha?

Para aquellos que no recuerdan o no leyeron el cuento de Borges, Funes fue un muchacho que sufrió un accidente, se cayó y perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente le era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Sabía, por ejemplo, las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882.

Si un idioma representa y expresa el mundo capturado por los sentidos humanos, sin duda, pensó Funes, podría crearse un idioma en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuvieran un nombre propio; pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado; y creía necesaria la existencia de un idioma que pudiera nombrar individualmente no sólo las cosas como también las percepciones que tenemos de ellas.

Funes, incapaz de ideas generales, platónicas, le costaba comprender que el símbolo genérico caballero abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el Caballero de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el Caballero de las tres y cuarto (visto de frente). En el abarrotado mundo de este muchacho no había sino detalles, nada de ideas o nombres generales, sólo detalles.

Pues bien, retomando la pregunta: ¿Cuál sería la relación entre Funes el memorioso y El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha?

Según Flora Polanco, historiadora arábiga, sería: la necesidad de dar nombres distintos a un supuesto mismo individuo. La mayoría de los humanos, que no son tan detallistas cuanto Ireneo Funes o Cervantes, pueden dar, sin ningún problema, el mismo nombre a diferentes percepciones consecutivas. De esta manera, cuando un bebé nace recibe un nombre que lo acompañará durante toda su vida; y, como si esto no fuese poco, también recibirá un apellido (que es herencia de su padre) y lo transmitirá a sus hijos, nietos, bisnietos y así sucesivamente, o sea, el apellido permanece ad aeterno, dándole de cierta forma eternidad a aquel bebé. Al contrario de los simples mortales, Cervantes, a la manera de Funes, sintió la necesidad de dar nombres distintos a distintos momentos de un supuesto mismo individuo. Así, esa “mancha” de la cual nos habla en la primera frase de su obra prima tendría, por necesidad detallista, varios nombres, todos ellos empezando con la letra “Q”.

Para la mayoría de las personas, un individuo (en el caso de la literatura, un personaje) tiene siempre el mismo nombre desde que nace hasta que muere, no importando si es niño o adulto, cuerdo o loco, hidalgo o caballero, si está naciendo o muriendo. Para Cervantes, no; no puede tener el mismo nombre el que nace y el que muere, el hidalgo y el caballero, son distintos, merecen tener nombres distintos. El hidalgo de las tres y catorce (visto de perfil) no puede tener el mismo nombre que el hidalgo de las tres y cuarto (visto de frente). Por eso que ese hidalgo del primer capítulo del Quijote puede ser llamado de Quijada, Quesada o Quijana, depende de cuando, donde y como fue visto.

 

-¿Y si “verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo”?

-Bueno, ahí, como es lógico para los Cervantes o Funes, tiene otro nombre, en nuestro caso específico, Quijano; pero como está en sus últimos momentos debe ser llamado por su nombre completo. ¿Qué tal darle un nombre poético o de un poeta?

-Sí, puede ser el de Ercilla, el autor de La Araucana -¡Cervantes quería tanto conocer América!

-Eso mismo, Alonso, Alonso Quijano; y como nadie es malo cuando la Parca lo viene a buscar, entonces llamémosle de bueno.

-Merece ser llamado de Alonso Quijano el Bueno.

 

Flora Polanco llama la atención para la transformación de hidalgo en caballero o de cuerdo en loco como quieren algunos, que es, sin duda, la más relevante en la vida del personaje principal de Cervantes. Esa transformación seria una metamorfosis, como también lo es la del caballero en hidalgo, o, para usar los nombres propios, de don Quijote de la Mancha en Alonso Quijano el Bueno. La autora esclarece, habría cuatro tipos de transformaciones en El Quijote: por sucesión o secuencial, por acontecimiento o eventual, por encantamiento o retórica y por metamorfosis o esencial. Cada una de estas transformaciones merecería, por parte del autor o narrador (a veces por los propios personajes), nombres distintos.

Explico las transformaciones:

La primera, por sucesión o secuencial, sería, como el nombre lo indica, por continuación ininterrumpida; es la más imperceptible, la más demorada, la más conocida: la de un bebé en niño, la del niño en joven, la de Quijada en Quesada y de Quesada en Quijana. Estas transformaciones habrían ocurrido antes mismo del inicio del relato de las aventuras del caballero andante; son anteriores al primer capítulo del libro.

La segunda, por acontecimiento o eventual, sería una transformación repentina y momentánea: la de sano en enfermo, de ciudadano en ministro, de vencedor en vencido, de caballero andante en Caballero de la Triste Figura. Duran poco tiempo y no dejan grandes marcas. Así, el enfermo recupera la salud, el ministro vuelve a ser un ciudadano común, el vencido puede ganar y la triste figura vuelve a ser alegre y muchas veces divertida, tal vez con algunos dientes a menos, pero con la misma determinación de proteger a los inocentes perseguidos en el mundo ya corrupto.

La tercera, por encantamiento o retórica, sería básicamente en el ámbito del lenguaje, sin ninguna transformación sustancial: la del político en vicepresidente, del escudero en gobernador, de princesa en labradora, de Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso y, por que no, la de Miguel de Cervantes en Cide Hamete Benengeli y de quien les habla en Flora Polanco.

Por último, la cuarta transformación, la más genial, por metamorfosis o esencial, sería súbita como la segunda, sin embargo más duradera, se trataría de una transformación en la esencia de la persona (o personaje), cambio de naturaleza: la de larva en mariposa, de hombre en mujer, de hidalgo en caballero, de caballero en hidalgo, de cuerdo en loco, de loco en bueno.

Esta última, por ser más duradera, puede contener a la segunda. Así, don Quijote de La Mancha por algunas veces puede ser llamado de Caballero de la Triste Figura o Caballero de los Leones, dependiendo del momento en que se encuentra y de la aventura lograda. El no tan fiel escudero puede ser, por algunos días, un sabio gobernador y después vuelve a su condición de iletrado criado.

Todas estas transformaciones, y en especial la última, por metamorfosis, pueden ser consideradas ciclos de vida del personaje; y como tales, no sería sensato confundirlas o mezclarlas. Sería de poca precisión llamar, por ejemplo, al Caballero de hidalgo o al Hidalgo de caballero; como sería contradictorio llamar a un loco de cuerdo o a un cuerdo de loco. Para algunos, un objeto que relumbra podría ser llamado de yelmo de Mambrino; para otros, bacía de barbero; pero es inaceptable que se le llame de “baciyelmo”[ii].

Esclarecimiento. En las múltiplas lecturas que hemos hecho de textos que hablan, supuestamente, del Quijote, encontramos algunas que, sin justificar su punto de vista, consideran que sea Alonso Quijano el personaje del inicio de la novela, incluso algunos llegan a nombrar a éste como se fuese el protagonista principal de toda la obra. Entre ellos están: Mario Vargas Llosa, el escritor peruano, que participa con una introducción en la respetada edición dirigida por Francisco Rico, en homenaje al cuarto centenario de la primera edición del Quijote (VARGAS LLOSA, 2005, p.14)[iii]; y, Bruce W. Wardropper, que comenta el último capítulo de la novela, en la edición anterior de Francisco Rico para el Instituto Cervantes (WARDROPPER, 1998)[iv].

Como bien sabemos todos los que ya hemos leído el clásico cervantino, no es Alonso Quijano quien se convierte en don Quijote, es lo contrario; y más, eso sólo ocurre al final del segundo libro, por lo cual no se puede llamar al personaje de la primera parte del Quijote de Alonso Quijano.

No hay como negar que es intencional el uso de varios nombres distintos para un supuesto mismo personaje. Para un desocupado lector, está claro que hay una razón para que el hidalgo al comienzo de la novela sea llamado de Quijada, Quesada o Quijana; como hay también una razón cuando se nombra al Caballero de manera distinta que al Hidalgo; y, al final de la historia, el que recupera el juicio y muere (como buen cristiano) es llamado por otro nombre, puede ser parecido a los anterior, pero es otro nombre.

Todo nombre sirve para identificar una singularidad, y si intencionalmente se cambia el nombre es porque cambió el individuo al cual nos referimos. Estos cambios los consideramos como se fuesen ciclos de vida del personaje. Tendríamos entonces un personaje con varios ciclos de vida. Generalmente se habla de niñez, juventud y vida adulta. Pero en el Quijote, identificamos otras, por ejemplo: la de hidalgo, caballero, y, una vez más, hidalgo; o: la de cuerdo, loco, y la recuperación del juicio. Lo que debe quedar claro es que, al contrario de lo que nos enseña el título de la obra, el Hidalgo no se llama don Quijote de la Mancha; y, don Quijote no es hidalgo, él es caballero.

 

Bibliografía

BORGES, Jorge Luis. “Funes el Memorioso”  in Obras Completas,
Buenos Aires, Emecé, 1989.
  Disponible en: <http://www.inicia.es/de/diego_reina/filosofia/logica/funes.htm Acceso en: 07 jun. 2006.

CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de.       Don Quijote de la Mancha.  Edición y notas de Francisco Rico (edición del IV centenario). Madrid: Santillana Ediciones Generales / Real Academia Española, 2004.  Incluye introducción de: Mario Vargas Llosa,  “Una novela para el siglo XXI”; Francisco Ayala,  “La invención del ‘Quijote’”; Martín de Riquer,  “Cervantes y el ‘Quijote’”.

_____.                        Don Quijote de la Mancha.   Edición y notas de Francisco Rico. Barcelona: Crítica, 1998. Disponible en: <http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/indice.htm> Acceso en: 07 jun. 2006. Incluye: interpretaciones, comentarios, notas y bibliografía actualizada por capítulos y asuntos.

VARGAS LLOSA, Mario.  “Los cuatro siglos del Quijote”  in  Estudios Públicos 100: El “Quijote” + 400.  Santiago: CEP, 2005. pp. 5-18. Disponible en: <http://www.cepchile.cl>  Acceso en: 18 abr. 2006.

WARDROPPER, Bruce W.  “Capítulo LXIIII”  in  Don Quijote de la Mancha.  Instituto Cervantes, 1998.  Disponible en: <http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/indice.htm> Acceso en: 07 jun. 2006.

 

Rua dos Douradores, 05 de setembro de 2006.

 


 

[i] Trabajo presentado en el IV Congresso Brasileiro de Hispanistas – UERJ - Mesa Individual 27: O QuixoteSessão D – RAV 114 – 05 de seteptiembro de 2006 – 9h.

[ii] Tal vez “baciyelmo” pueda ser considerado como el producto de una transformación del tercer tipo, o sea, por retórica.

[iii] “En las primeras páginas, es el alucinado Alonso Quijano quien la manifiesta”.

[iv] “Al comienzo de la novela, Alonso Quijano, de cuyo nombre no querían acordarse sus vecinos, enloqueció; la historia de DQ es la de un loco”.

 

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